El club

Tras haber consguido una nominación a los Oscars y un premio en Cannes con «NO», Pablo Larraín vuelve a escena con «El club», la película más polémica de la temporada y una de las mas alabadas por parte de la crítica internacional. Se llevó el Gran premio del Jurado en el Festival de Berlín.

Estreno: Desde el 9 de octubre se puede ver en las salas españolas.

Sinopsis: Cuatro curas viven en una casa en la costa de Chile. La iglesia les ha excomulgado y les ha retenido ahí para cumplir penitencia. Todo se complicará cuando aparezca un quinto sacerdote que les haga revivir el pasado oscuro.

Crítica: No se recuerda una película que trate temas tan delicados hoy en día como son los delitos que cometen algunos curas. No ya una película cuyo último fin sea la denuncia social de tales despreciables actos, sino un film que estudie el comportamiento y los sentimientos de culpabilidad (si es que los tienen) de los responsables. Pablo Larraín no tiene miedo en meter el dedo en la llaga para plasmar un retrato incómodo, aunque lo dureza provenga de las palabras en vez de los actos en sí.

Cuatro curas y una monja están recluídos en una pequeña casa en la costa de Chile. Cada sacerdote guarda un pasado turbio y ponen trabas a la hora de sacarlo a la luz. Uno participó en el robo de varios bebés recién nacidos, a otro cura se le acusa de cometer abusos sexuales, el tercero fue un general en la dictadura de Pinochet y el último está al borde de la demencia senil y, por lo que sospechamos a lo largo de la película, parece que está en esa casa por ser homosexual. La película da comienzo con la llegada de un quinto a la casa que desestabliza el ecosistema que hay ahí montado. Es un cura misterioso, al que hay que sacarle las palabras de la boca cuando alguien le pregunta algo. El problema viene cuando un joven, que siempre va ebrio, le ha seguido hasta la casa para reprocharle los abusos sexuales que sufrió de él cuando era un crío. Todo se desmorona en ese instante y provoca el suicidio del recién llegado. A partir de ahí, llegará un cura joven, y con ganas de querer renovar la Iglesia de ariba a abajo, para empezar una investigación.

Con un tono azul gélido, El club muestra la rutina diaria que vive este grupo de curas. Como dice la monja, se levantan, rezan, cantan, comen, vuelven a rezar el rosario y cenan. Mientras, entrenan a un galgo para así ganar un dinero en las carreras del pueblo. La crueldad de la película viene por la forma naturalista de contar la historia. Es tenebroso y da miedo cómo estos curas viven en la solemnidad e impunes de todos los delitos cometidos en un tiempo pasado. Y eso unido a un humor negro que aparece en determinadas partes y que hace que el espectador se sienta culpable por sonreír ante un asunto tan delicado.

Es inteligente Larraín al comparar la idea del humanismo con el de la bestia. El galgo es un animal al que se le cría y entrena para que gane carreras. A su vez, te reconoce como su amo y no se revela en ningún momento. Acepta ser el esclavo de los hombres que le cuidan a su merced y que cuando ya no valen para nada, no tienen reparo en sacrificarle. Por el contrario, el hombre se vuelve consciente de las acciones que sufrió y que le obligaron hacer. Así, en un acto de rebeldía, sale en busca de su maltratador para ajustar cuentas con él. Sandokan es el joven que en un momento de la película, se asienta enfrente de la casa para importunar a su acosador que le arrebató la infancia. Su vida, si es que se le puede llamar así, es un infierno. Tales hechos le han dejado trastornado y su única salvación es el alcohol.

El club quiere mostrarnos la verdad que hay detrás. Entender por qué lo hicieron y pedir un arrepentimiento por los daños causados. Las entrevistas que tiene el joven cura con los los otros son prácticamente interrogatorios policiales. Con la cámara puesta frontalmente para que los acusados nos hablen directamente, se intenta revelar lo ocurrido. Pablo Larraín también nos pone trabas a la hora de visionar todas las imágenes con una iluminación apagada y una especie de niebla siempre presente. Tal vez sea por el muro impenetrable que suponen los habitantes de las casas, que no muestran signo alguno de arrepentimiento y siempre desvían las conversaciones. En ningún momento tenemos una representación explícita de lo ocurrido, ni siquiera hay símbolos religiosos presentes en la casa, por lo que lo cruel viene de la mano de nuestra imaginación más que de lo plasmado.

La lentitud y reiteración de las secuencias pueden impacientar a más de uno que esperaba algo con más dinamismo y, sobre todo, más profundidad con los temas que se tocan en el film.

Película macabra, que no tiene reparo en hacer daño, y cuyo fin último es dejar constancia de las ayudas por parte de la Iglesia hacia determinados curas que deberían ser juzgados y no ocultados en una casa.

Nota: 7/10

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